Por estar contigo

Blog personal de José Alfonso Pérez Martínez

"Estas líneas escribo,
únicamente por estar contigo"
(Luis Cernuda)

jueves, 29 de junio de 2017

En la muerte de Jorge Juan Eiroa


Ha fallecido Jorge Juan Eiroa, profesor mío de asignaturas de prehistoria, cuando iba a la universidad. Amaba aquel largo prólogo ágrafo de la humanidad, sabía bucear en busca de los misterios de aquella larga infancia del hombre. Una faceta suya poco conocida era la de poeta. En un poemario suyo, "La contienda final", publicado hace 30 años, un guerrero, cabalgando un caballo alado, sobrevuela una Europa arrasada, mientras busca a los culpables. Estimado profesor, gracias por todo.



El profesor Eiroa en su despacho de la Facultad de Letras de la 
Universidad de Murcia, en 2004. Foto: La Verdad.

miércoles, 28 de junio de 2017

Lecturas destacadas (mayo y junio)



POESÍA


Sobre la delicadeza de gusto y pasión, de José María Álvarez (relectura)

Los obscuros leopardos de la luna, de José María Álvarez (relectura)

El caballero del león, de Chrétien de Troyes

Perceval, el cuento del grial, de Chrétien de Troyes

Antolojía personal, de Juan Ramón Jiménez



NARRATIVA


Ficciones, de Jorge Luis Borges (relectura)

Cuentos de los mares del sur, de Robert Louis Stevenson

El extraño caso del dr. Jeckyll y mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson

El país de la bruma, de Arthur Conan Doyle

El crepúsculo de los dioses, de Richard Garnett (relectura)

Sin sangre, de Alessandro Baricco

El archivo de Sherlock Holmes, de Arthur Conan Doyle



CÓMIC


Mortadelo y Filemón: la máquina del cambiazo, de Francisco Ibáñez

24 horas con gente mejor que tú, de Rubén Fdez.



ENSAYO


Meditación de la técnica y otros ensayos sobre ciencia y filosofía, de José Ortega y Gasset



TEATRO


Fuenteovejuna, de Félix Lope de Vega



INCLASIFICABLE


Movimiento perpetuo, de Augusto Monterroso



domingo, 25 de junio de 2017

Los mejores poemas de Jorge Luis Borges, VII


La cifra fue publicado en 1981, y Los conjurados en 1985, el año anterior al de su muerte. Del primero recojo Los justos, del segundo César y el poema que da título al volumen, que es además el último, el postrer poema del postrer libro de poesía de Borges. El poema es un canto al orígen de Suiza, la tierra a la que Borges se dirigió para fallecer y ser sepultado. En la unión de hombres de idiomas y culturas diversas para formar la Confederación Helvética Borges veía una prefiguración, un prólogo, de una posible, deseada, futura unión de todos los hombres de la Tierra.



LOS JUSTOS


Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.



CÉSAR


Aquí, lo que dejaron los puñales.
Aquí esa pobre cosa, un hombre muerto
que se llamaba César. Le han abierto
cráteres en la carne los metales.
Aquí la atroz, aquí la detenida
máquina usada ayer para la gloria,
para escribir y ejecutar la historia
y para el goce pleno de la vida.
Aquí también el otro, aquel prudente
emperador que declinó laureles,
que comandó batallas y bajeles
y que rigió el oriente y el poniente.
Aquí también el otro, el venidero
cuya gran sombra será el orbe entero.



LOS CONJURADOS


En el centro de Europa están conspirando.
El hecho data de 1291.
Se trata de hombres de diversas estirpes, que profesan diversas religiones y que hablan en diversos idiomas.
Han tomado la extraña resolución de ser razonables.
Han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades
Fueron soldados de la Confederación y después mercenarios, porque eran pobres y tenían el hábito de la guerra y no ignoraban que todas las empresas del hombre son igualmente vanas.
Fueron Winkelried, que se clava en el pecho las lanzas enemigas para que sus camaradas avancen.
Son un cirujano, un pastor o un procurador, pero también son Paracelso y Amiel y Jung y Paul Klee.
En el centro de Europa, en las tierras altas de Europa, crece una torre de razón y de firme fe.
Los cantones ahora son veintidós. El de Ginebra, el último, es una de mis patrias.
Mañana serán todo el planeta.
Acaso lo que digo no es verdadero, ojalá sea profético.



(c)María Kodama




 Portada de la primera edición (1981)
de La cifra



Portada de la primera edición (1985)
de Los conjurados

viernes, 23 de junio de 2017

Los mejores poemas de Jorge Luis Borges, VI


Historia de la noche fue publicado en 1977. Fue el primer poemario que Borges dedicó a María Kodama, la mujer que le cuidó en sus últimos años y con la que acabó casándose, justo antes del fin. Por supuesto sin pretender asomarnos de una forma irreverente a la intimidad del maestro, creemos que encontró con ella realmente el amor correspondido, auténtico, tras toda una vida de infructuosos intentos para hallarlo. Fue afortunado, entonces: muchos fallecen sin haberlo hallado. De Historia de la noche rescato los siguientes tres poemas:



EL TIGRE


Iba y venía, delicado y fatal, cargado de infinita energía, del otro lado de los firmes barrotes y todos lo mirábamos. Era el tigre de esa mañana, en Palermo, y el tigre del Oriente y el tigre de Blake y de Hugo y Shere Khan, y los tigres que fueron y que serán y asimismo el tigre arquetipo, ya que el individuo, en su caso, es toda la especie. Pensamos que era sanguinario y hermoso. Norah, una niña, dijo: Está hecho para el amor.



GUNNAR THORGILSSON (1816-1879)


La memoria del tiempo
está llena de espadas y de naves
y de polvo de imperios
y de rumor de hexámetros
y de altos caballos de guerra
y de clamores y de Shakespeare.
Yo quiero recordar aquel beso
con el que me besabas en Islandia.



LAS CAUSAS


Los ponientes y las generaciones.
Los días y ninguno fue el primero.
La frescura del agua en la garganta
de Adán. El ordenado Paraíso.
El ojo descifrando la tiniebla.
El amor de los lobos en el alba.
La palabra. El hexámetro. El espejo.
La Torre de Babel y la soberbia.
La luna que miraban los caldeos.
Las arenas innúmeras del Ganges.
Chuang-Tzu y la mariposa que lo sueña.
Las manzanas de oro de las islas.
Los pasos del errante laberinto.
El infinito lienzo de Penélope.
El tiempo circular de los estoicos.
La moneda en la boca del que ha muerto.
El peso de la espada en la balanza.
Cada gota de agua en la clepsidra.
Las águilas, los fastos, las legiones.
César en la mañana de Farsalia.
La sombra de las cruces en la tierra.
El ajedrez y el álgebra del persa.
Los rastros de las largas migraciones.
La conquista de reinos por la espada.
La brújula incesante. El mar abierto.
El eco del reloj en la memoria.
El rey ajusticiado por el hacha.
El polvo incalculable que fue ejércitos.
La voz del ruiseñor en Dinamarca.
La escrupulosa línea del calígrafo.
El rostro del suicida en el espejo.
El naipe del tahúr. El oro ávido.
Las formas de la nube en el desierto.
Cada arabesco del calidoscopio.
Cada remordimiento y cada lágrima.
Se precisaron todas esas cosas
para que nuestras manos se encontraran.



(c)María Kodama




Portada de la primera edición (1977) de
Historia de la noche

 

miércoles, 21 de junio de 2017

Los mejores poemas de Jorge Luis Borges, V


En 1976 se publicó La moneda de hierro. En el prólogo Borges se confesaba, a sus 77 años, entregado al culto de los mayores y a ese otro culto que ilumina mi ocaso: la germanística de Inglaterra y de Islandia. También decía descreer de la democracia, ese curioso abuso de la estadística. De este libro rescato los siguientes poemas:



EL REMORDIMIENTO


He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.

Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida

no fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.

Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
La sombra de haber sido un desdichado.



EINAR TAMBARSKELVER


Odín o el rojo Thor o el Cristo Blanco...
Poco importan los nombres y sus dioses;
no hay otra obligación que ser valiente
y Einar lo fue, duro caudillo de hombres.
Era el primer arquero de Noruega
y diestro en el gobierno de la espada
azul y de las naves. De su paso
por el tiempo, nos queda una sentencia
que resplandece en las crestomatías.
La dijo en el clamor de una batalla
en el mar. Ya perdida la jornada,
ya abierto el estribor al abordaje,
un flechazo final quebró su arco.
El rey le preguntó qué se había roto
a sus espaldas y Einar Tambarskelver
dijo: Noruega, rey, entre tus manos.
Siglos después, alguien salvó la historia
en Islandia. Yo ahora la traslado,
tan lejos de esos mares y de ese ánimo.



EN ISLANDIA EL ALBA


Esta es el alba.
Es anterior a sus mitologías y al Cristo Blanco.
Engendrará los lobos y la serpiente
que también es el mar.
El tiempo no la roza.
Engendró los lobos y la serpiente
que también es el mar.
Ya vio partir la nave que labrarán
con uñas de los muertos.
Es el cristal de sombra en que se mira
Dios, que no tiene cara.
Es más pesada que sus mares
y más alta que el cielo.
Es un gran muro suspendido.
Es el alba en Islandia.


(c) María Kodama





Portada de la primera edición (1976)
de La moneda de hierro



De la incomprensión de los movimientos sociales


En los hombres que dirigen o aspiran a dirigir las naciones la incomprensión de los movimientos sociales mayoritarios suele ser causa de fracaso. Luis XVI en 1789 vio una revuelta donde había una revolución, y ello le causó la muerte. 
Inversamente en el 15-M algunos, que luego fundaron Podemos, vieron en esa toma de plazas por parte del pueblo un movimiento pseudo o directamente revolucionario, ansias de cambio de régimen, donde sólo había una revuelta, protestas por la crisis económica. 
Creo que muchos en Podemos aún se preguntan porqué su partido, con un programa de liquidación de la constitución del 78, sólo es tercera fuerza en el Congreso. 



La Puerta del Sol (Madrid) durante las protestas del 15-M (2011)


domingo, 18 de junio de 2017

Los mejores poemas de Jorge Luis Borges, IV


En 1969 publicó Borges Elogio de la sombra. De este poemario merece rescatarse especialmente la pieza titulada The Unending Gift. En 1972 publicó el poemario titulado, magníficamente, El oro de los tigres. De éste podemos rescatar, sin temor, cuatro poemas: El amenazado, Tú, Al triste y Hengist quiere hombres (449 A.D.). En el prólogo de El oro de los tigres Borges, a sus 73 años, se definió como modernista:

Si me obligaran a declarar de dónde proceden mis versos, diría que del modernismo, esa gran libertad, que renovó las muchas literaturas cuyo instrumento común es el castellano.


THE UNENDING GIFT


Un pintor nos prometió un cuadro.
Ahora, en New England, sé que ha muerto. Sentí, como otras veces, la tristeza de comprender que somos como un sueño.
Pensé en el hombre y en el cuadro perdidos.
(Sólo los dioses pueden prometer, porque son inmortales.)
Pensé en un lugar prefijado que la tela no ocupará.
Pensé después: si estuviera ahí, sería con el tiempo una cosa más, una cosa, una de las vanidades o hábitos de la casa; ahora es ilimitada, incesante, capaz de cualquier forma y cualquier color y no atada a ninguno.
Existe de algún modo. Vivirá y crecerá como una música y estará conmigo hasta el fin. Gracias, Jorge Larco.
(También los hombres pueden prometer, porque en la promesa hay algo inmortal.)



EL AMENAZADO 


Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz. La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única. ¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras, la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas, la serena amistad, las galerías de la biblioteca, las cosas comunes, los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz.
Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.




 
Un solo hombre ha nacido, un solo hombre ha muerto en la tierra.
Afirmar lo contrario es mera estadística, es una adición imposible.
No menos imposible que sumar el olor de la lluvia y el sueño que anteanoche soñaste.
Ese hombre es Ulises, Abel, Caín, el primer hombre que ordenó las constelaciones, el hombre que erigió la primer pirámide, el hombre que escribió los hexagramas del Libro de los Cambios, el forjador que grabó runas en la espada de Hengist, el arquero Einar Tamberskelver, Luis de León, el librero que engendró a Samuel Johnson, el jardinero de Voltaire, Darwin en la proa del Beagle, un judío en la cámara letal, con el tiempo, tú y yo.
Un solo hombre ha muerto en Ilión, en el Metauro, en Hastings, en Austerlitz, en Trafalgar, en Gettysburg.
Un solo hombre ha muerto en los hospitales, en barcos, en la ardua soledad, en la alcoba del hábito y del amor.
Un solo hombre ha mirado la vasta aurora.
Un solo hombre ha sentido en el paladar la frescura del agua, el sabor de las frutas y de la carne.
Hablo del único, del uno, del que siempre está solo.



AL TRISTE


Ahí está lo que fue: la terca espada
del sajón y su métrica de hierro,
los mares y las islas del destierro
del hijo de Laertes, la dorada

luna del persa y los sin fin jardines
de la filosofía y de la historia,
el oro sepulcral de la memoria
y en la sombra el olor de los jazmines.

Y nada de eso importa. El resignado
ejercicio del verso no te salva
ni las aguas del sueño ni la estrella

que en la arrasada noche olvida el alba.
Una sola mujer es tu cuidado,
igual a las demás, pero que es ella.



HENGIST QUIERE HOMBRES (449 A.D.)


Hengist quiere hombres.
Acudirán de los confines de arena que se pierden en largos mares, de chozas llenas de humo, de tierras pobres, de hondos bosques de lobos, en cuyo centro indefinido está el Mal.
Los labradores dejarán el arado y los pescadores las redes.
Dejarán sus mujeres y sus hijos, porque el hombre sabe que en cualquier lugar de la noche puede hallarlas y hacerlos.
Hengist el mercenario quiere hombres.
Los quiere para debelar una isla que todavía no se llama Inglaterra.
Le seguirán sumisos y crueles.
Saben que siempre fue el primero en la batalla de hombres.
Saben que una vez olvidó su deber de venganza y que le dieron una espada desnuda y que la espada hizo su obra.
Atravesarán a remo los mares, sin brújula y sin mástil.
Traerán espadas y broqueles, yelmos con la forma del jabalí, conjuros para que se multipliquen las mieses, vagas cosmogonías, fábulas de los hunos y de los godos.
Conquistarán la tierra, pero nunca entrarán en las ciudades que Roma abandonó, porque son cosas demasiado complejas para su mente bárbara.
Hengist los quiere para la victoria, para el saqueo, para la corrupción de la carne y para el olvido.
Hengist los quiere (pero no lo sabe) para la fundación del mayor imperio, para que canten Shakespeare y Whitman, para que dominen el mar las naves de Nelson, para que Adán y Eva se alejen, tomados de la mano y silenciosos, del Paraíso que han perdido.
Hengist los quiere (pero no lo sabrá) para que yo trace estas letras.


(c)María Kodama
Portada de la primera edición (1969) de 
Elogio de la sombra
Portada de la primera edición (1972)
de El oro de los tigres 

Los mejores poemas de Jorge Luis Borges, III


En 1964 publicó Borges El otro, el mismo. En el prólogo, escrito para una reeedición, el propio Borges decía que era, de entre todos sus libros de versos, su preferido. Realmente es un gran libro, el poemario de Borges que contiene, para mí, mayor número de poemas especialmente destacables, nada menos que ocho. Se publicó cuando su autor tenía 65 años.


LÍMITES


De estas calles que ahondan el poniente,
una habrá (no sé cuál) que he recorrido
ya por última vez, indiferente
y sin adivinarlo, sometido

a quien prefija omnipotentes normas
y una secreta y rígida medida
a las sombras, los sueños y las formas
que destejen y tejen esta vida.

Si para todo hay término y hay tasa
y última vez y nunca más y olvido
¿Quién nos dirá de quién, en esta casa,
sin saberlo, nos hemos despedido?

Tras el cristal ya gris la noche cesa
y del alto de libros que una trunca
sombra dilata por la vaga mesa,
alguno habrá que no leeremos nunca.

Hay en el Sur más de un portón gastado
con sus jarrones de mampostería
y tunas, que a mi paso está vedado
como si fuera una litografía.

Para siempre cerraste alguna puerta
y hay un espejo que te aguarda en vano;
la encrucijada te parece abierta
y la vigila, cuadrifronte, Jano.

Hay, entre todas tus memorias, una
que se ha perdido irreparablemente;
no te verán bajar a aquella fuente
ni el blanco sol ni la amarilla luna.

No volverá tu voz a lo que el persa
dijo en su lengua de aves y de rosas,
cuando al ocaso, ante la luz dispersa,
quieras decir inolvidables cosas.

¿Y el incesante Ródano y el lago,
todo ese ayer sobre el cual hoy me inclino?
Tan perdido estará como Cartago
que con fuego y con sal borró el latino.

Creo en el alba oír un atareado
rumor de multitudes que se alejan;
son lo que me ha querido y olvidado;
espacio, tiempo y Borges ya me dejan.



"ODISEA", LIBRO VIGÉSIMO TERCERO


Ya la espada de hierro ha ejecutado
La debida labor de la venganza;
Ya los ásperos dardos y la lanza
La sangre del perverso han prodigado.

A despecho de un dios y de sus mares
A su reino y a su reina ha vuelto Ulises,
A despecho de un dios y de sus grises
vientos y del estrépito de Ares.

Ya en el amor del compartido lecho
Duerme la clara reina sobre el pecho
De su rey pero ¿dónde está aquel hombre

Que en los días y en las noches del destierro
Erraba por el mundo como un perro
Y decía que Nadie era su nombre? 



FRAGMENTO


Una espada,
una espada de hierro forjado en el frío del alba
una espada con runas
que nadie podrá desoír ni descifrar del todo,
Una espada que los poetas
igualarán al hielo y al fuego,
una espada que un rey dará a otro rey
y este rey a un sueño,
una espada que será leal
hasta una hora que ya sabe el Destino,
una espada que iluminará la batalla.

Una espada para la mano
que regirá la hermosa batalla, el tejido de hombres,
una espada para la mano
que enrojecerá los dientes del lobo
y el despiadado pico del cuervo,
una espada para la mano
que prodigará el oro rojo,
una espada para la mano
que dará muerte a la serpiente en su lecho de oro,
una espada para la mano
que ganará un reino y perderá un reino,
una espada para la mano
que derribará la selva de lanzas.
Una espada para la mano de Beowulf.



A UN POETA SAJÓN


Tú cuya carne, hoy dispersión y polvo,
pesó como la nuestra sobre la tierra,
tú cuyos ojos vieron el sol, esa famosa estrella,
tú que viviste no en el rígido ayer
sino en el incesante presente,
en el último punto y ápice vertiginoso del tiempo,
tú que en tu monasterio fuiste llamado
por la antigua voz de la épica,
tú que tejiste las palabras, 
tú que cantaste la victoria de Brunanburh
y no la atribuiste al Señor
sino a la espada de tu rey,
tú que con júbilo feroz cantaste,
la humillación del viking,
el festín del cuervo y del águila,
tú que en la oda militar congregaste
las rituales metáforas de la estirpe,
tú que en un tiempo sin historia
viste en el ahora el ayer
y en el sudor y sangre de Brunanburh
un cristal de antiguas auroras,
tú que tanto querías a tu Inglaterra
y no la nombraste,
hoy no eres otra cosa que unas palabras
que los germanistas anotan.
Hoy no eres otra cosa que mi voz
cuando revive tus palabras de hierro.

Pido a mis dioses o a la suma del tiempo
que mis días merezcan el olvido,
que mi nombre sea Nadie como el de Ulises,
pero que algún verso perdure
en la noche propicia a la memoria
o en las mañanas de los hombres.



EVERNESS

Sólo una cosa no hay. Es el olvido.
Dios, que salva el metal, salva la escoria
y cifra en su profética memoria
las lunas que serán y las que han sido.

Ya todo está. Los miles de reflejos
que entre los dos crepúsculos del día
tu rostro fue dejando en los espejos
y los que irá dejando todavía.

Y todo es una parte del diverso
cristal de esa memoria, el universo;
no tienen fin sus arduos corredores

y las puertas se cierran a tu paso;
sólo del otro lado del ocaso
verás los Arquetipos y Esplendores.



ESPAÑA


Más allá de los símbolos,
más allá de la pompa y la ceniza de los aniversarios,
más allá de la aberración del gramático
que ve en la historia del hidalgo
que soñaba ser don Quijote y al fin lo fue,
no una amistad y una alegría
sino un herbario de arcaísmos y un refranero,
estás, España silenciosa, en nosotros.
España del bisonte, que moriría
por el hierro o el rifle,
en las praderas del ocaso, en Montana,
España donde Ulises descendió a la Casa de Hades,
España del íbero, del celta, del cartaginés, y de Roma,
España de los duros visigodos,
de estirpe escandinava,
que deletrearon y olvidaron la escritura de Ulfilas,
pastor de pueblos,
España del Islam, de la cábala
y de la Noche Oscura del Alma,
España de los inquisidores,
que padecieron el destino de ser verdugos
y hubieran podido ser mártires,
España de la larga aventura
que descifró los mares y redujo crueles imperios
y que prosigue aquí, en Buenos Aires,
en este atardecer del mes de julio de 1964,
España de la otra guitarra, la desgarrada,
no la humilde, la nuestra,
España de los patios,
España de la piedra piadosa de catedrales y santuarios,
España de la hombría de bien y de la caudalosa amistad,
España del inútil coraje,
podemos profesar otros amores,
podemos olvidarte
como olvidamos nuestro propio pasado,
porque inseparablemente estás en nosotros,
en los íntimos hábitos de la sangre,
en los Acevedo y los Suárez de mi linaje,
España,
madre de ríos y de espadas y de multiplicadas generaciones,
incesante y fatal.



OTRO POEMA DE LOS DONES


Gracias quiero dar al divino
laberinto de los efectos y de las causas
por la diversidad de las criaturas
Que forman este singular universo,
por la razón, que no cesará de soñar
con un plano del laberinto,
por el rostro de Elena y la perseverancia de Ulises,
por el amor, que nos deja ver a los otros
como los ve la divinidad,
por el firme diamante y el agua suelta,
por el álgebra, palacio de precisos cristales,
por las místicas monedas de Ángel Silesio,
por Schopenhauer,
que acaso descifró el universo,
por el fulgor del fuego
que ningún ser humano puede mirar sin un asombro antiguo,
por la caoba, el cedro y el sándalo,
por el pan y la sal,
por el misterio de la rosa
que prodiga color y que no lo ve,
por ciertas vísperas y días de 1955,
por los duros troperos que en la llanura
arrean los animales y el alba,
por la mañana en Montevideo,
por el arte de la amistad,
por el último día de Sócrates,
por las palabras que en un crepúsculo se dijeron
de una cruz a otra cruz,
por aquel sueño del Islam que abarcó
mil noches y una noche,
por aquel otro sueño del infierno,
de la torre del fuego que purifica
y de las esferas gloriosas,
por Swedenborg,
que conversaba con los ángeles en las calles de Londres,
por los ríos secretos e inmemoriales
que convergen en mí,
por el idioma que, hace siglos, hablé en Nortumbria,
por la espada y el arpa de los sajones,
por el mar, que es un desierto resplandeciente
y una cifra de cosas que no sabemos,
por la música verbal de Inglaterra,
por la música verbal de Alemania,
por el oro, que relumbra en los versos,
por el épico invierno,
por el nombre de un libro que no he leído: Gesta Dei per Francos,
por Verlaine, inocente como los pájaros,
por el prisma de cristal y la pesa de bronce,
por las rayas del tigre,
por las altas torres de San Francisco y de la isla de Manhattan,
por la mañana en Texas,
por aquel sevillano que redactó la Epístola Moral
y cuyo nombre, como él hubiera preferido, ignoramos,
por Séneca y Lucano, de Córdoba,
que antes del español escribieron
toda la literatura española,
por el geométrico y bizarro ajedrez,
por la tortuga de Zenón y el mapa de Royce,
por el olor medicinal de los eucaliptos,
por el lenguaje, que puede simular la sabiduría,
por el olvido, que anula o modifica el pasado,
por la costumbre,
que nos repite y nos confirma como un espejo,
por la mañana, que nos depara la ilusión de un principio,
por la noche, su tiniebla y su astronomía,
por el valor y la felicidad de los otros,
por la patria, sentida en los jazmines
o en una vieja espada,
por Whitman y Francisco de Asís, que ya escribieron el poema,
por el hecho de que el poema es inagotable
y se confunde con la suma de las criaturas
y no llegará jamás al último verso
y varía según los hombres,
por Frances Haslam, que pidió perdón a sus hijos
por morir tan despacio,
por los minutos que preceden al sueño,
por el sueño y la muerte,
esos dos tesoros ocultos,
por los íntimos dones que no enumero,
por la música, misteriosa forma del tiempo.



UNA MAÑANA DE 1649


Carlos avanza entre su pueblo. Mira
a izquierda y a derecha. Ha rechazado
los brazos de la escolta. Liberado
de la necesidad de la mentira,


sabe que hoy va a la muerte, no al olvido,
y que es un rey. La ejecución lo espera;
la mañana es atroz y verdadera.
No hay temor en su carne. Siempre ha sido,


a fuer de buen tahúr, indiferente.
Ha apurado la vida hasta las heces;
ahora está solo entre la armada gente.


No lo infama el patíbulo. Los jueces
no son el Juez. Saluda levemente
y sonríe. Lo ha hecho tantas veces.




(c) María Kodama 


Portada de la primera edición (1964)
de El otro, el mismo

sábado, 17 de junio de 2017

Los mejores poemas de Jorge Luis Borges, II


Tras el prometedor inicio que supuso Fervor de Buenos Aires el joven Borges publicó dos poemarios más: Luna de enfrente, en 1925, y Cuaderno San Martín, en 1929. Por desgracia estas dos entregas no contienen, en mi opinión, poemas especialmente destacables. Tal vez el propio Borges lo sintió así, porque lo cierto es que durante los treinta años siguientes no publicó libros de poesía, aunque en ese tiempo sí lanzó algunas de sus mejores obras de narrativa: Historia universal de la infamia (1935), Ficciones (1944) y El Aleph (1949). Al fin, en 1960, se publicó El hacedor, una miscelánea de textos en prosa y en verso. De entre estos últimos destaco Poema de los dones (tal vez su mejor poema, de entre todos los que escribió en su vida) y Arte poética. Cuando se publicó El hacedor Borges tenía 61 años, y estaba ya ciego. 


POEMA DE LOS DONES


Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.

De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños
los insensatos párrafos que ceden

las albas a su afán. En vano el día
les prodiga sus libros infinitos,
arduos como los arduos manuscritos
que perecieron en Alejandría.

De hambre y de sed (narra una historia griega)
muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin rumbo los confines
de esta alta y honda biblioteca ciega.

Enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos, dinastías,
símbolos, cosmos y cosmogonías
brindan los muros, pero inútilmente.

Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca.

Algo, que ciertamente no se nombra
con la palabra azar, rige estas cosas;
otro ya recibió en otras borrosas
tardes los muchos libros y la sombra.

Al errar por las lentas galerías
suelo sentir con vago horror sagrado
que soy el otro, el muerto, que habrá dado
los mismos pasos en los mismos días.

¿Cuál de los dos escribe este poema
de un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si es indiviso y uno el anatema?

Groussac o Borges, miro este querido
mundo que se deforma y que se apaga
en una pálida ceniza vaga
que se parece al sueño y al olvido.  



ARTE POÉTICA


Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua.

Sentir que la vigilia es otro sueño
que sueña no soñar y que la muerte
que teme nuestra carne es esa muerte
de cada noche, que se llama sueño.

Ver en el día o en el año un símbolo
de los días del hombre y de sus años,
convertir el ultraje de los años
en una música, un rumor y un símbolo,

ver en la muerte el sueño, en el ocaso
un triste oro, tal es la poesía
que es inmortal y pobre. La poesía
vuelve como la aurora y el ocaso.

A veces en las tardes una cara
nos mira desde el fondo de un espejo;
el arte debe ser como ese espejo
que nos revela nuestra propia cara.

Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
lloró de amor al divisar su Itaca
verde y humilde. El arte es esa Itaca
de verde eternidad, no de prodigios.

También es como el río interminable
que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que es el mismo
y es otro, como el río interminable.


(c) María Kodama 



Portada de la primera edición (1960)
de El hacedor



domingo, 11 de junio de 2017

Los mejores poemas de Jorge Luis Borges, I


Inicio con ésta una serie de entradas en las que recopilaré mis poemas preferidos del maestro. Conformarán, así, una suerte de antología de su obra poética. Estos tres poemas con los que a continuación comienzo la serie pertenecen a su primer poemario, Fervor de Buenos Aires, que se publicó en 1923, año en que el poeta cumplió 24 años.


EL SUR

Desde uno de tus patios haber mirado
las antiguas estrellas,
desde el banco de sombra haber mirado
esas luces dispersas,
que mi ignorancia no ha aprendido a nombrar
ni a ordenar en constelaciones,
haber sentido el círculo del agua
en el secreto aljibe,
el olor del jazmín y la madreselva,
el silencio del pájaro dormido,
el arco del zaguán, la humedad
—esas cosas, acaso, son el poema.


SÁBADOS

 Afuera hay un ocaso, alhaja oscura
engastada en el tiempo,
y una honda ciudad ciega
de hombres que no te vieron.
La tarde calla o canta.
Alguien descrucifica los anhelos
clavados en el piano.
Siempre, la multitud de tu hermosura. 

A despecho de tu desamor
tu hermosura
prodiga su milagro por el tiempo.
Está en ti la ventura
como la primavera en la hoja nueva.
Ya casi no soy nadie,
soy tan sólo ese anhelo
que se pierde en la tarde.
En ti está la delicia
como está la crueldad en las espadas.

Agravando la reja está la noche.
En la sala severa
se buscan como ciegos nuestras dos soledades.
Sobrevive a la tarde
la blancura gloriosa de tu carne.
En nuestro amor hay una pena
que se parece al alma.


que ayer sólo eras toda la hermosura
eres también todo el amor, ahora.


DESPEDIDA

Entre mi amor y yo han de levantarse
trescientas noches como trescientas paredes
y el mar será una magia entre nosotros.

No habrá sino recuerdos.
Oh tardes merecidas por la pena,
noches esperanzadas de mirarte,
campos de mi camino, firmamento
que estoy viendo y perdiendo...
Definitiva como un mármol
entristecerá tu ausencia otras tardes.


(c)María Kodama 

Portada de la primera edición (1923)
de Fervor de Buenos Aires

Etiquetas

Poesía (410) Historia (212) Textos propios (210) Política (176) Cómic (151) Cine (146) Reseñas (131) Narrativa (122) Sociedad (112) Pintura (108) Pensamiento crítico (99) Música (95) Ensayo (79) Filosofía (59) Jorge Luis Borges (48) Luto (38) Educación (36) Humor (35) Roma (34) José María Álvarez (31) Ateísmo (30) Teatro (29) Economía (28) Traducción (25) Mitología (23) Que no amanece nadie (21) Manga (19) Ciencia (16) Salud (16) William Shakespeare (16) Fotografía (15) Luis Alberto de Cuenca (15) Solidaridad (15) Ayn Rand (14) El blog de Nazgul (14) J.R.R. Tolkien (14) Stan Lee (14) Albert Rivera (13) Alfredo Rodríguez (13) Luis Antonio de Villena (13) María José Contador García (12) Christopher Nolan (11) Katy Parra Carrillo (11) Leonardo da Vinci (11) Arturo Pérez-Reverte (10) Edward Hopper (10) José Antonio Pamies (10) Juan López -Jan- (10) Raquel Lanseros (10) Stefan Zweig (10) Antonio Colinas (8) Bertrand Russell (8) Harper Lee (8) Jaime Gil de Biedma (8) Juan de Dios García (8) Marco Aurelio (8) Oscar Wilde (8) Robert E. Howard (8) Voltaire (8) Emil Cioran (7) Jack Kirby (7) Michel de Montaigne (7) Winston Churchill (7) Guillermo Carnero (6) Homero (6) José Hierro (6) Ramón Gómez de la Serna (6) Ramón J. Sender (6) Ambrose Bierce (5) Carmen Jodra Davó (5) Francisco Brines (5) Juan Luis Panero (5) Ramón María del Valle-Inclán (5) César Vallejo (4) Esquilo (4) Friedrich Nietzsche (4) George Steiner (4) Marguerite Yourcenar (4) Miguel de Unamuno (4) Orson Welles (4) isidoro Martínez Sánchez (4) H.G. Wells (3) John Fante (3) Jorge Manrique (3) Manuel Machado (3) Mariano José de Larra (3) Sven Hassel (3) Thomas Carlyle (3) Arthur Conan Doyle (2) Baltasar Gracián (2) Cornelio Tácito (2) R.L. Stevenson (2) Ramón Menéndez Pidal (2) Sebastián Castellio (2) Sir Steven Runciman (2) Francisco Ayala (1) John Kennedy Toole (1) José Ortega y Gasset (1) Mary Renault (1) Snorri Sturluson (1)
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...